Un día como hoy ocurrió la desintegración en la atmósfera del transbordador espacial Columbia a la vuelta de la misión STS-107, en la que perecieron sus siete tripulantes. La causa inmediata del accidente fue un hueco en el borde de ataque –el borde delantero– del ala izquierda de la nave, hueco por el que se coló aire a varios miles de grados de temperatura dentro del ala, destruyendo esta, lo que a su vez provocó que el Columbia comenzara a dar tumbos. A mucha menos altura y velocidad, en un avión dotado de asientos eyectables, perder un ala podría haber sido un accidente al que la tripulación hubiera sobrevivido. A la altura y velocidad a la que iba el Columbia, no tuvieron ninguna oportunidad aunque la nave hubiera incorporado este tipo de asientos; de hecho, tras analizar los datos disponibles, la comisión de investigación llegó a la conclusión de que no tuvieron ni tiempo de reaccionar antes de quedar inconscientes a causa de la violencia de la desintegración de la nave. En un informe de la NASA sobre el accidente de 2003 se reveló que la tripulación supo que iba a morir tan solo 40 segundos antes de que el transbordador se desintegrara. El hueco del ala a su vez fue causado por el impacto de un fragmento de la espuma de protección del tanque de combustible que se desprendió durante el despegue unos 82 segundos después del lanzamiento. Los desastres del Columbia, del Challenger, y del Apolo 1 son un recordatorio de que la exploración espacial, aunque nos parezca algo cada vez más cotidiano, no está exenta de riesgos.