No satisfecho con el apoyo popular, Napoleón busca una espectacular fuente de legitimidad: la Unción Real, siguiendo una antigua tradición de la Iglesia y de la Monarquía francesa. Pero tampoco se contenta con recibir la Consagración, como los reyes de Francia, de manos del Arzobispo de Reims, sino que, tras laboriosas negociaciones, hace venir al mismo Papa a París. El 2 de diciembre de 1804 Napoleón sería consagrado emperador por el Papa Pío VII, en la catedral de París, autocoronándose como tal en una ceremonia fastuosa. El nuevo Emperador asumió en su persona los tres poderes. Directamente el Poder Ejecutivo. Indirectamente el Poder Judicial, a través de una Alta Corte Imperial, y el Poder Legislativo, no sólo por su facultad de emitir Senado-Consultos, sino también por el control que ejerce sobre las Asambleas legislativas y los Colegios electorales, que de hecho le quedan sometidos. El Senado quedó como garante de unas supuestas libertades individuales y de prensa. El Cuerpo Legislativo se redujo a una cámara de discusión secreta de las leyes, y el presidente fue designado por el propio Emperador. El Tribunado quedó sin funciones hasta que finalmente fue suprimido en 1807.