La Conferencia de Londres, celebrada el 8 de enero de 1913, dibujó las fronteras de Albania, dejando afuera a casi la mitad de su población y de sus territorios, que pasaron a integrar Kosovo, en la actual Yugoslavia, y la parte norte de Grecia. Ocupada por Italia en 1939, la lucha heroica de los ‘partisanos’ albaneses (movimiento de resistencia) fue determinante para que Albania se integrara a Yugoslavia, al producirse el derrumbe del nazismo. Albania fue, además, el país en el que se exilió una buena parte del ejército guerrillero griego, que motorizó el levantamiento popular en 1946-47, ahogado por el pacto entre los países imperialistas, vencedores de la guerra y la burocracia soviética. Lo que debería haber sido la unión libre y socialista de los distintos países Balcanes (Sureste de Europa) terminó en un reparto pactado de cargos y prebendas entre los distintos componentes nacionales de la burocracia, en el vaciamiento de las conquistas revolucionarias, y un desarrollo extraordinariamente desigual de los diferentes países, convirtiéndose en un campo fértil para las presiones del imperialismo.