Durante el 88 A.C. en Roma la situación no podía ser peor para el ausente gobernante y militar romano Sila. El gobierno que había creado ya no existía, y él mismo había sido condenado a muerte, mientras sus propiedades eran arrasadas y su familia, así como sus amigos, clientes y partidarios, se vieron forzados a huir. Las fuerzas cohesionadas por su persona comenzaron a disgregarse y el creciente malestar lanzó a muchos a los brazos de Sila. El Senado trató de negociar con Sila, pero ante su negativa los populares levantaron un ejército. Sila comenzó a enviar tropas a Italia una vez que le alcanzaron las noticias de los disturbios subsiguientes, pero para ese momento, Metelo (político y militar romano) se había ya sublevado en África, Craso (militar romano) estaba reclutando tropas entre su clientela hispánica y Pompeyo (militar) hacía lo mismo. Considerando la baja moral de sus tropas, y el cansancio de la población tras tantos años de guerras, la República estaba condenada: muchos de sus líderes así lo comprendieron y cambiaron de bando antes de que fuera demasiado tarde.