El miércoles 19 de junio de 1991 Pablo Escobar se entregó a la oficina de Instrucción Criminal de Medellín a las once de la mañana. Una hora más tarde la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la no extradición de colombianos. Esa misma tarde, Escobar, acompañado por el padre Rafael García Herreros y otras personalidades, fue llevado a la Cárcel La Catedral de Envigado en un helicóptero. Por su expresa voluntad, la cárcel debía tener una buena vista panorámica, una cancha de fútbol, una cascada de agua natural para poder bañarse después de las horas de deporte, un lago, una casa de muñecas para su hija y una cerca eléctrica paralela a otra que permitiera el tránsito de perros guardianes, según indicó el coronel (r) Augusto Bahamón Dussan, en su libro ‘Mi guerra en Medellín’. El mismo relata que Escobar decía: ‘Aquí tengo las cosas que me gustan: mi familia que viene a visitarme tres o cuatro días por semana, el fútbol, que es mi pasión, y la lectura para entretenerme’. Cerca de La Catedral había una pequeña casa, al lado de una cascada, a la que iba Escobar a distraerse cuando sentía miedo en el penal.