Una sórdida conspiración de la derecha antisemita francesa, en campaña política, acusó de espía al oficial de Estado Mayor, Alfredo Dreyfus. Fue juzgado y condenado el 22 de diciembre de 1894, a cadena perpetua por alta traición, degradado públicamente frente a su guarnición, arrancados los galones de su uniforme, y partido en dos su sable, símbolo del honor militar. La máxima humillación que pudo imponerse a un oficial. El famoso escritor Emilio Zola dirigió un alegato demoledor, titulado ‘J accuse’, en el que denunciaba la felonía de la denuncia y la vileza de cada uno de los personajes que contribuyeron a la caricatura de juicio y sentencia condenatoria. Años después, la verdad se impuso y Dreyfus fue rehabilitado. Pero ya había tenido que soportar la injusta ignominia y los sufrimientos del presidio impuestos por una maquinación de unos jueces sin conciencia ética. A pesar de una carrera intachable y de haber pasado de los 65 años de edad, se le encarceló sin pruebas fehacientes, en las celdas de los delincuentes rematados, y aún cuando la ley prohíbe encerrar a personas mayores de esa edad. Su caso conmovió y dio la vuelta al mundo.