Esta batalla se libró en Roma frente al puente del Tíber conocido como Pons Milvius el 28 de octubre del 312 y enfrentó al ejército de Majencio con el de Constantino I el Grande. La victoria fue para este último quien pasó a ostentar definitivamente el título de coemperador en el trono de occidente junto con su cuñado Licinio que lo era de oriente. La leyenda cuenta que una noche, antes de la batalla, Constantino vio en sueños una cruz en el cielo al mismo tiempo que una voz divina le indicaba que con ese signo vencería, in hoc signo vinces. Constantino hizo decorar los escudos de sus soldados con el símbolo de la cruz (el futuro Crismón) y se lanzó contra el ejército enemigo. El emperador se percató enseguida de que los jinetes de Majencio tenían desprotegido el vientre de sus monturas, por lo que resultó fácil para sus tropas destripar a la caballería enemiga. Finalmente, venció después de una dura lucha. El mismo Majencio murió ahogado en el río, por el peso de su armadura, durante la batalla, cuando su ejército huía ante la acometida de los hombres de Constantino. Sólo su cabeza volvió a Roma al día siguiente, cuando Constantino la exhibió en señal de victoria. El triunfo de Constantino supuso un año más tarde también la del cristianismo con el Edicto de Milán y a partir del año 323 después de la Batalla de Adrianópolis, el final de la tetrarquía convirtiéndose Constantino en único emperador.